Cuando una hormiga cae muerta transcurren alrededor de 48 horas hasta que una compañera recoge su cadáver, lo carga y lo transporta hasta el hormiguero. Si uno ha observado alguna vez el comportamiento de estos insectos, recordará la imagen de una hormiga transportando el cuerpo de una compañera y tratando de introducirlo en el agujero. Ninguna hormiga muerta se queda sin recoger.
Desde hace muchos años, los biólogos saben que las hormigas son unas recicladoras consumadas y que almacenan los cuerpos de los fallecidos en unos receptáculos especiales, donde se descomponen y generan nitrógeno para la comunidad. Pero ¿cómo reconocen las hormigas a sus compañeras muertas?
El entomólogo estadounidense Edward O. Wilson se fijó en esta circunstancia mientras estudiaba la comunicación de estos insectos. Tal y como relata él mismo, pensó que las hormigas debían de emitir alguna señal para decir “ESTOY MUERTA” y que las demás compañeras pasaran a encargarse de los trámites “funerarios”. Y así fue como descubrió que el secreto estaba en el ácido oleico.
Al cabo de las primeras 48 horas, el cuerpo de la hormiga muerta comienza a expeler esta sustancia hasta que el resto de la comunidad la detecta y emprende las labores de recuperación del cadáver. La señal química es tan poderosa que, cuando Wilson roció con este ácido a una hormiga viva, sus propias compañeras la atraparon con sus mandíbulas y la condujeron una y otra vez al cementerio, pese a sus vanos intentos de oposición.
El mecanismo convierte a las hormigas en máquinas ciegas y obstinadas, hasta el punto de que si uno rocía con ácido oleico un palito o cualquier otro objeto, la primera hormiga que pase por el lugar lo atrapará entre sus mandíbulas y tratará de conducirlo al hormiguero a toda velocidad sin hacerse más preguntas.
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